14/11/06

Chipotles

Sebéis el sabor de los chipotles adobados? La noche anterior al día en que me vaya habré cenado chipotles. El día que vaya no habrá plañideras. Yo lloraré la marcha por la sal y el limón del tequila, las 15 cervezas o el jugo de lima; el sabor del chipotle. No sonará ninguna marcha marcial, ni habrá flores que me despidan. El día en que me vaya se ausentarán las pancartas pidiendo mi resistencia. Las caras amigas no estarán en el andén o mirarán a otra parte mientras todo se mueve. La despedida será inmasticable, sabor a chipotle, adobado de tiempo y distancia. El día en que me vaya pretendo que sea como el día en que me muera.

Ese día, por primera vez en tantas decenas de miles de días, distintos y pasados, las tonalidades y dimensiones ensoñadas de la gran bola anaranjada de sol mañanero, serán extraños juegos de luces ajenos a mí: ese sol no será mío, ni sabré cuándo podré verlo de nuevo.

Este día de la marcha no veré tampoco la luna saludando, escéptica desde el cielo, cada paso nocturno que doy entre sombras. Habrá un cielo profundamente negro e insondable, como los huecos del alma que en el día en que me vaya vestiré con pompa y galanura para decir adiós a este mundo, y a todos los que puedan estar cerca.

Ese día tampoco habrá amor, porque se habrá convertido en ceniza, ni existirá el menor rastro de pena, porque nada habrá tras mi espalda; nadie acudirá al réquiem de kilómetros y esperanzas: no sabéis cómo siento ser tan errante y, de un modo extremadamente más íntimo y familiar, haber sido tan errático.

Las tardes violetas, las mujeres de aquí o los bichos que veo trepar las paredes, ya nunca me harán sentir nada, o acaso muy poco, apenas conocido o acorde con lo que antes sentía: no podré darme ese lujo.

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