27/11/06

Gulasch

Esta noche Marcel está cocinando gulasch. Marcel viene de Brno, como mi pequeña bulledog francaise; la mirada de este checo es limpia y sencilla, también como la de Roberta. Huele en todo el Hostels a esa exquisitez: se mete por los conductos del aire, culebrea por las escaleras y más tarde llama a los oídos de las gentes: porque este gulasch se huele por las orejas. También hay que cocer tres kilos de papas. Cortan mil verduras y hacen juegos malabares con la carne de ternera. Magali prepara un chocolate. Unos gallegos de A Coruña me dan a probar un jamón, traído de su casa: también han traído alcohol y tabaco. Me levanto tarde porque me sigue apasionando la hondura de McCarthy, y su escritura difícil, en inglés casi imposible para mí. Como llego el último soy yo el que baja a comprar una caja de Special London Ale a la licorería Abbot´s. Las doce botellas de ½ litro tintinean dentro de la caja, susurran algo que no comprendo, pero no es por el frío. Hoy no hace frío.
Al salir de Abbot´s observo una larga fila de personas, 50 metros, 150 gentes: todas las edades, todas las caras. Se bajan de los coches y toman su lugar en la cola. No sabía que cerca del Hostels hubiera un teatro, una sala de espectáculos o algo similar. La fila rodea la esquina de la manzana. Yo la sigo. Son 100 metros, 300 personas, y no es un teatro, sino un funeral. Pienso dos cosas, primero: la muerte está en todos lados. El sexo. Los miedos. No se trata del lugar. Es la condición humana. Segundo: recuerdo los funerales de agüelo y agüela. Recuerdo cuando murió Francisco. Quizás estreché mil pares de manos. También cuando murió Amparo. Más reciente: me sorprendió comprobar cómo la gente envejece, incluso yo, o desaparece, todos. Cómo estreché menos manos, cómo el cortejo era mucho más flaco…Van muriendo, como las esperanzas, poco a poco, pero nacen otras nuevas, como las personas también. Quizás este irlandés era tan querido como agüelo. Mil personas para decir adiós. Habría probado el gulasch este difunto? Supongo que era “respetado”: ya sabéis, infundía respeto, que conlleva cierto grado de temor, porque en esencia, el respeto sólo se puede tener hacia uno mismo. Mi abuelo no probó el gulasch, eso es seguro, pero yo lo hago por él. Entre sol y sombra sólo pudo ocuparse de vivir. Quizás no vio nunca el mar; pero si vio, vivió, sufrió, una guerra. Qué vida es esa en la que puedes morir disparado sin antes haber visto el mar? Una vida de mierda. Me gustaría pensar que al menos fue feliz, de esa extraña manera de serlo que tenían los hombres de antes: al cabo, sabían que sólo el tiempo te es fiel, al fin, que quizás ese tiempo se pase menos doloroso acompañado de una mujer.
Yo se lo cuento a alguien. Marcel nos llama a la mesa. La cebolla dorada espera. Suena el primer pop y salta la chapa. El primer trago de esta Ale es amargo, como los recuerdos mal digeridos. Llueven más chapas. El segundo trago también es bien duro. Magali toma fotos de la mesa, yo reparto, Flavio busca pan, los gallegos comen jamón, Francoise llueve las chapas, la ternera está esperando, y las papas, y la vida, ahí fuera, y yo espero, o aquí dentro, que nadie sepa más que nadie, y en esto de la vida, todos seamos tontos mientras todos esperemos.

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